Podría empezar esta entrada al blog recordando lo que pasó aquel movido día de febrero de 1981, concretamente cuando el Congreso de los Diputados llevaba no más de 23 minutos ejerciendo su voto nominal para posicionarse sobre la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo. Fue en ese instante cuando un grupo de Guardias Civiles entraron a punta de pistola y otras armas de fuego para secuestrar a los legítimos representantes del pueblo español en un intento de derogar la constitución que años atrás nos habíamos dado entre todos, e instaurar nuevamente una dictadura militar como la que a duras penas habíamos dejado atrás.
Todo el mundo sabe cómo acabó aquello y sería improductivo narrarlo con detalle. Se ha hablado tanto de este instante durante las casi cuatro décadas precedentes que nada de lo que yo escriba aquí será nuevo o dará un punto de vista moderno sobre el asunto. Pero no hacerlo sería olvidarnos del instante en el que España abandonó su dinámica de constituciones cortas debido a levantamientos contra éstas; sería olvidar por qué este golpe de estado fracasó sin ningún tipo de duda. Para ello, debemos hacer repaso de los textos constitucionales precedentes y su breve análisis:
La característica principal de nuestra historia constitucional, por todos los interesados en la materia bien conocida, es su carácter partidista y el desinterés de los constituyentes por llegar a un texto constitucional con el que todos los pensamientos políticos pudieran hacer su juego en caso de llegar a gobernar en algún momento. Es el ejemplo claro de la Constitución de 1931, la de la IIª República, cuyas disposiciones eran tan inclinadas hacia el pensamiento de izquierda que hacían prácticamente imposible el gobierno que se escogió posteriormente de pensamiento derechista. Es por esto, y por la polarización política, que los grupos de derecha apoyaron el levantamiento de 1936 o callaron ante éste, porque de alguna manera pensaron que ante una constitución que no les incluía, era preferible una dictadura que los avalara.
La cuestión religiosa y militar fue también muy importante: la primera porque la iglesia, con su poder popular, injirió en la voluntad de los españoles y su pensamiento político, muy especialmente cuando la Constitución privaba a la iglesia de alguno de sus históricos privilegios; la segunda cuestión debido a la participación activa de las Fuerzas Armadas en política que condicionaba el juego democrático (aunque las constituciones españolas otorgaran una democracia imperfecta) entre las fuerzas políticas.
Sabiendo lo anterior, es fácil entender por qué no triunfó el 23F:
La izquierda y la derecha estaban conformes con el texto constitucional vigente, el cual tardó meses (largos meses) en redactarse y fue consensuado por una mayoría absolutamente cualificada (sin apenas abstenciones o votos en contra). Es por ello que tanto la izquierda como la derecha se mantuvieron firmes, como el ejemplo gráfico de Carrillo, Suárez y Gutiérrez sentados en su escaño plantando cara a los golpistas.
La iglesia y su papel en el golpe es irrelevante históricamente, no se considera que fuera un actor clave o determinante en la ejecución o planificación del mismo. Pero obviamente, sí lo fue el ejército. Muchos soldados salieron a tomar las calles y las instituciones bajo las órdenes de una cúpula militar esencialmente antidemocrática, que rehusaba defender una Constitución que apartaba las FFAA del juego político y las subordinaba al interés general del estado. Y es aquí cuando entra el papel del Rey de España, Juan Carlos I, quien hizo gala de su grandeza, demostrada durante la instauración de la democracia, y dio la cara para defender el estado social y democrático de derecho dirigiéndose públicamente a civiles y militares para compelerlos a defender el régimen constitucional.
Muchos escépticos (o iluminados de la vida, para ser claros) recitarán las cientos de teorías conspirativas alrededor del 23F y llamarán inoculados a los que no les compremos el argumento. Están desde los que dicen que fue organizado por el Rey, hasta los que aseguran que fue un complot del PSOE y el PCE para tomar el poder. Incluso una vez un señor que no quiero citar me aseguró que el golpe fue un plan de Felipe González, Manuel Fraga y Santiago Carrillo para gobernar juntos; yo me pregunto qué ingredientes juntaría él en la sopa para creerse tal estupidez sin reírse de sí mismo.
Sillero Delgado.
Veintitrés de febrero de dos mil veinte, Terrassa.
Comentarios