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Los estragos de la politización desmedida

Leía hace unos días al economista Juan Ramón Rallo hablar sobre qué sucede cuando todas las discusiones y todas las reflexiones pasan a formar parte del debate político. Decía Rallo que el problema de EEUU con las elecciones no es el de la polarización, sino el de la politización, que provoca que todo pase a formar parte de la política y la cultura de de trincheras en la que nadie se mueve ni cede por hallar un punto de encuentro con los que divergen de nuestra opinión.

La verdad es que, más allá de lo cercano o lejano que se pueda ser respecto a su ideología económica por la que es conocido, estoy bastante de acuerdo con el análisis de Rallo, pues creo que es evidente que cuanta más materia política entra en un debate, menor posibilidad hay para el entendimiento. A muchos de mis amigos y conocidos les sorprende la anécdota que cuento en referencia a una conversación que tuve con una compañera de clase cuando realizábamos un trabajo grupal junto al resto de integrantes del grupo. En la conversación me pidió que retirara una referencia que hacía en un pie de página sobre un análisis que hacía el exministro Alfonso Guerra sobre el federalismo en una de sus monografías y que venía muy bien para darle riqueza y valor añadido a nuestro trabajo. ¿Sus motivos? No era que le parecía erróneo el análisis, ni que no procedía en el contexto, ni tampoco que discrepaba con el análisis que Guerra hacía del federalismo. No, sus motivos fueron básicamente que estaba "vulnerando su pensamiento político", dado que se trataba de una persona con una trayectoria política insalvable para ella en cuanto a su tolerancia (imagino que dando por hecho que el resto, que sí supimos diferenciar lo político de lo no político, estábamos de acuerdo con el pensamiento político e ideológico de Alfonso Guerra). Sin embargo, no hizo ninguna mención a ninguno de los otros autores que habíamos citado; debe ser que se trata de seres no sintientes que no tienen ideología política ni opiniones contrarias a las de mi compañera. Hasta tal punto llega la politización que una persona, que es universitaria y debería aspirar a la perfección de su trabajo y la máxima formación de su persona en todo lo que pueda, prefiere anteponer su pensamiento político a otorgar valor añadido a SU trabajo, en perjuicio de SUS conocimiento y resultados académicos, así como el de sus compañeros de equipo.

Lo mismo sucede con la historia, como estamos observando en la actualidad en la que las personas sólo quieren escuchar y leer esa parte sesgada del relato en el que los que posicionalmente se situaban como ellos en la actualidad no eran tan malos o eran más buenos que los otros, sin pararse a pensar que ellos viven en un mundo diferente al que hace años desapareció y que no volverá jamás, y que por tanto es insulso hacer esos paralelismos que no hacen más que desinformar y hacernos dudar de lo que somos y de donde venimos.

Esta politización la ha sufrido constantemente el movimiento constitucionalista, un movimiento que precisamente aspira a que todo el mundo pueda, a través de él, practicar en el juego político, libre y democráticamente, sus pretensiones legítimas. Tal es así, que la grandeza de la democracia constitucional legitima que los populismos y los totalitarismos puedan, gracias a la legitimación del pacto constitucional, presentarse a unas elecciones, ganarlas, e incluso, si tienen los escaños suficientes en las Cortes Generales, modificar nuestro status constitucional y convertir España en cualquier otra cosa que no sea un Estado Social y Democrático de Derecho, como en miles de ocasiones ha explicado la Dra. en Derecho Constitucional García Morales en sus lecciones de Organización Constitucional del Estado y como otros muchos profesores y expertos en la materia pueden certificar. El problema del constitucionalismo no surge cuando movimientos populistas quieren apropiarse de la Constitución y proclamarse como únicos protectores de la democracia constitucional (que también), sino que surge un problema cuando el pueblo decide que dicho movimiento tiene razón y, como no les gusta sus pensamientos, prefieren atacar nuestra carta magna diciendo que se trata de una jaula para la libertad o un arma que favorece a "los otros", en lugar de defenderla y tomarla como propia.

Tampoco hace falta ir más allá y hablar de cosas grandes, sino que podemos hablar de pequeños detalles del día a día: ¿Llevar chaleco? Es de derechas, y por tanto si veo a alguien con chaleco es automáticamente un "Cayetano". ¿Estudiar filosofía? Es de izquierdas, y por tanto si conozco a un estudiante o licenciado en filosofía es al 100% un "rojo peligroso". ¿Llevas puesta una bufanda amarilla? Eres una separatista militante en los CDRs que nos quiere aburrir cantando eso que cantan cada día. Hasta ese punto hemos llegado en el que por lo que estudias o por lo que llevas puesto, eres una cosa u otra. Las relaciones personales se politizan, y es muy común que las propias amistades se acuerden más del partido en el que milita  o vota alguien que por otras cosas más importantes o que pueden ser más útiles para una relación personal.

La pregunta podría ser ¿Cómo solucionamos esto? Pues me temo que en esta ocasión, mi respuesta no es muy constructiva. En ocasiones, hay cosas que no tienen solución y hay que aceptarlas tal y como vienen dadas, porque no existe una receta que nos detalle cuál es la solución. Es más, estoy seguro de que si existiera dicha receta, los unos dirían que se la tienen que aplicar los otros y no ellos porque son perfectos; o incluso que no hay que seguir lo que dispone porque se trata de una estrategia de "los otros" para imponerse cuando bajemos "nosotros" los brazos. Al final pasará como con los helados, que se los apropió el movimiento independentista para darlos cada día de postre en la República Catalana y ahí los tienen, derretidos en el sótano de Waterloo.


Sillero Delgado

Terrassa, diez de noviembre de dos mil veinte.

Comentarios

EDUARDO MÉNDEZ ha dicho que…
👏👏👏👏👏

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